oscuridad, por J. D. Galíndez. 🌑


Cae la noche y junto a ella las luces de la ciudad.
Entro a mi habitación y la oscuridad me inunda por segunda vez. Dejo todo en su lugar, dejo caer mi ropa y me voy a la cama. La encuentro ocupada, pero no me detengo. Hago espacio y acto seguido me dejo llevar por el sueño. 
Me desespero porque se me dificulta respirar, trato de levantarme, pero algo me ata a la cama. Me oprime. Me esclaviza. 
La oscuridad es inminente, tanto que no sabía si tenía los ojos abiertos o cerrados. 
Me esfuerzo por deshacerme de lo que me ata a la cama, aún cuando todos los intentos son en vano. 
Ahora mi cama se convierte en un abismo en el que empiezo a caer, perdiendo todo el control de mi cuerpo. 
No puedo ver nada, no encuentro a quién pedirle ayuda y tampoco de dónde sostenerme. Quiero gritar, suplicar, pero sería como hacerlo a la nada. 
Los latidos de mi corazón empiezan a disminuir y la caída aún no finaliza. 
Un hálito de luz se filtra entre mis parpados y empiezo a llorar. El deseo de querer detener la caída me oprime el pecho. 
El pecho me empieza a arder al notar que la caída llegará a su fin. Sólo pienso en la fuerza del golpe y en si me dolerá. 
Recupero el control de mis acciones. 
¡Por favor!” Suplico sin importar si hay alguien escuchando o no. 
Al no recibir respuesta sólo cierro mis ojos con fuerza y me preparo para recibir el golpe. 
Uno, dos y tr… 
Y ahí estaba, sosteniendo mi mano mientras susurraba a mi oído que todo estaba bien, que sólo era una pesadilla.


Fotografía de José Luna.

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