Lee "ágape"


Al no tener un grupo fijo de compañeros, me sentaba retirado del grupo dos. 

La ironía se hallaba en que encontraba al grupo número uno aburrido, pero me sentaba cerca de ellos. Supongo que para pasar desapercibido y no tener que dar explicaciones de mi cambio de salón. Aunque las ganas de pertenecer al grupo dos estaban latentes. 

La clase de química y sus nomenclaturas se hacían interminables. 

Andrés y Valeria fueron nuestros salvadores. La profesora había interrumpido la clase para llamar su atención, sacándonos así de nuestro ensimismamiento. 

Nuestras miradas pasaron del pizarrón a donde estaba sentada la pareja de rebeldes.

—Entonces, ¿puedo continuar o prefieren dar la clase ustedes? —Preguntó la profesora con un tono de voz inquisidor. 

Los dos eran amigos íntimos desde hace mucho tiempo, así que di por entendido que hablaban de un asunto importante. 

Ninguno de los dos respondió. 

La profesora continuó, pero por poco tiempo porque el timbre volvió a sonar. Y fue como si hubieran desactivado el “mute” del salón. La algarabía del segundo grupo se hizo notar mientras se reían porque era la primera vez que le llamaban la atención a Valeria. 

Riendo para mí tomé mis cosas y salí del salón. 


—Quiero creer que no estás huyendo de mí —Andrés sonrió y tomó asiento a mi lado. 

—No. No estoy huyendo de ti —le sonreí de vuelta. 

—Entonces, ¿por qué no estás a mi lado? 

—Porque voy a desayunar. 

—¿Acaso eres un salvaje a la hora de comer? —Bromeó— Y por eso no quieres que te vea. 

—Puedo serlo, pero hoy no. 

—Desayuna, yo estaré aquí esperando a que termines.

Ahí se quedó, observándome mientras desayunaba y confirmé que hay mucho de verdad en: Donde el silencio no sea incómodo, ahí es. 


Andrés me tomó del brazo y me llevó a donde se encontraba el grupo dos, que era a donde él pertenecía. 

—¿Estás seguro de que no es mala idea? —Le pregunté nervioso. 

—De esto estaba hablando con Valeria en clase y por eso nos regañaron —explicó y todo comenzaba a tener sentido—. Quería que ella te convenciera de estar con nosotros, pero no soy tan paciente. 

Cuando terminó de hablar ya estaba rodeado de los amigos de Andrés. 

—¡Hey! —Demandó atención y se la dieron— ¿El otro grupo es aburrido o no?

—Lo es —respondieron todos casi que al unísono. 

—Javier dice que es mala idea unirse a nosotros.

—¡Qué va! ¡Se nota que no eres de nada más estudiar! —comentó el grupo.

—Además que me he ganado un regañado por tu culpa —ahora era Valeria quien me hablaba y sonreía de forma amistosa. 

Y como pieza hallada, luego de perderse, completé el rompecabeza.

—Si es así, que no escampe —gritó el más alto de todos. 

—Por cierto, Jesús vive…

El más alto interrumpió a Andrés. 

—A dos casas de la tuya. 

Sonreí apenado porque ahora el chico que solía ver de camino a mi casa tenía rostro y nombre. 

—Y hoy está de cumpleaños —habló una de las integrantes del grupo, que destacaba por su gran número de anillos en sus dedos. 

—¡Felicidades! —le volví a sonreír a Jesús, algo incómodo. 

La chica de los anillos se me acercó y susurró cerca de mi oreja: 

—Así que ya tienes que hacer el sábado —volvió a tomar su puesto—. Soy María José —culminó, guiñando un ojo. 

Así como cada uno iba teniendo su nombre, así también pasó con el grupo. Ya no eran el “grupo número dos”, sino que “mi grupo” y eso me emocionaba. 


—¿Tenía o no tenía razón? 

—Tenías razón, Andrés —afirmé riendo.



Siete meses.

Siete meses era lo que quedaba de estudios para culminar el bachillerato. Las emociones desbordaban cada grupo de amigos y las preguntas como “¿Qué haré luego?” y “¿Qué estudiaré en la universidad?” estaban a la orden del día. 

Muchos irían a perseguir sus sueños en otras ciudades, otros tomarían un año sabático para pensar mejor las cosas y el resto continuaría con su vida como si nada. 

Aún era temprano cuando llegué a la institución. 

Al entrar el contraste de los grupos era muy evidente, y dentro de ese contraste se encontraban los dos grupos de mi nuevo salón. 

El primero compuesto por aquellos que sólo enfocaban su tiempo en estudiar y nada más. A mí parecer eran aburridos y estaban carentes de acción. ¿Dónde quedaba la emoción del último año de bachillerato? ¿Acaso no era emocionante? 

El segundo estaba compuesto por aquellos que desbordaban energía. Desordenados. Extrovertidos. Vivos. Todo esto sin dejar a un lado los estudios. Eran los maestros del equilibrio. 

Este último me llamaba demasiado la atención, aún cuando sabía que no todos ellos estaban tan vivos. Y es que nos encargamos de demostrar que estamos bien aun cuando por dentro estamos muriendo. 

No quería sentarme con mis compañeros del primero grupo y no me sentía aún tan cómodo para intimar con los del segundo. Así que opté por sentarme en unos de los asientos retirados y divagar entre las nuevas publicaciones de Instagram.

—Sí que eres adicto a Instagram, eh. —Susurró, para luego abrazarme por la espalda.

Sonreí al saber de quién se trataba. 

—Mentir es pecado, Andrés —sonreí, y continué—: No hay mucho qué hacer mientras se hace la hora. 

—Ya estoy aquí, así que ya tienes qué hacer.

Andrés tomó el asiento que estaba de frente a mí. 

—Por cierto, disculpa por no responder ayer. —Su semblante se había entristecido— Me quedé dormido y, la verdad, no sabía si asistir. 

Le sonreí como respuesta despreocupada. 

Acarició mi pierna y mi corazón se descontroló. 

No entendía su desespero por latir, ni mucho menos el temblar de mis manos. Mi cuerpo estaba a su merced y se comportaba de manera extraña cuando él estaba cerca. Incluso se comportaba así mucho antes, muchos antes de tratar e intimar con Andrés. 

Sus ojos cafeinados se encontraron con los míos y la fuerza de atracción me demandaba abrazarlo, pero me contuve. 

Su mirada contenía un ensueño con el que podía danzar sin problema, dejándome llevar a una realidad donde sólo seamos él y yo. 

—¿Qué hiciste en diciembre? —Preguntó, riéndose. 

—¿De verdad preguntas eso? —Reí con él— Dudo que haya un día del mes de diciembre en que no hayamos hablado. 

—Lo sé, pero esta vez no lo quiero leer, lo quiero escuchar. No sabes lo mucho que deseaba ver tu cara cuando te emocionabas contándome algo, o escuchar tu voz exaltada de felicidad y como disminuía cuando no estabas del todo bien. —Su semblante daba a entender que hablaba en serio— Necesito que empieces a saciar esta sed de sentirte.

Respiré profundo, tratando de calmar mi acelerado corazón. 

—Yo necesito que sacies mi sed de quererte.

Respondí, pero mi voz fue silenciada por el timbré. 

Andrés sonrió y rodeó mis hombros con su brazo, una vez que estuvimos de pie. 

—¿Qué te hizo venir hoy? —Le pregunté mientras caminábamos al salón de clases. 

—Tú —respondió.

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