Una espina para los propósitos del régimen; la educación | J. D. Galíndez | Ensayo




La rutina se ha adueñado de nuestro existir.

Se ha vuelto una costumbre encontrarnos antes de salir de casa guardando el celular en la zona de la ingle. Se ha vuelto una costumbre encontrarnos en una interminable y caótica cola, hablando mal del gobierno o haciendo chistes crueles sobre el país, esperando un camión en las peores condiciones para que nos lleve a nuestro destino. 

Nos hemos acostumbrado tanto, que estamos cavando nuestra propia tumba sin darnos cuenta. 

El fin de semana que antes representaba descanso y algo de tranquilidad luego de una ajetreada semana universitaria, se ha vuelto un arma de doble filo. Lo poco de estabilidad emocional que consigues el sábado, desaparece de la nada el domingo cuando te empiezas a preguntar si conseguirás transporte para poder llegar a la universidad, si te alcanzará el dinero para comer o si tendrás el suficiente para regresar a tu hogar. La estabilidad emocional desaparece cuando te preguntas si valdrá la pena ir a clases.

Estudiar actualmente se ha vuelto una caminata sin fin. Pareciera el sueño de un joven con aspiraciones a escritor, contando una historia en un mundo distópico donde el estudiante; se ha convertido en la resistencia de algún gobierno con metas egoístas. Y la resistencia no sólo tiene ese punto en contra, también se le une la mala alimentación, la falta de medios de transporte, la inaccesibilidad de la vestimenta, el medio para entregar alguna asignación y más.

A pesar de todas estas trabas, seguimos estudiando como si de eso dependiera nuestro existir. Y es esa voluntad, lo que nos convierte en una resistencia contra un gobierno opresor.   

Cada historia leída, cada historia escrita e inventada por pasión, nos convierte en un analgésico a este dolor, llamado chavismo, que se resigna a cesar. 

Explicar de cómo afecta la situación económica, política y social de Venezuela a educadores en formación, se torna repetitivo. Como diría mi abuela; no hay peor ciego que el que no quiere ver

Reflexionar parece ser el verbo adecuado y más cómodo para esto.

La calle se ha vuelto una selva de tierra firme, llena de fieras salvajes a la espera de cualquier presa sin motivo a seguir. 

La estructura de nuestra casa de estudio convertida en ruinas, colocando en riesgo a aquellos que la habitan. 

El trabajo de nuestros educadores tan menospreciado, que tienen que elegir entre comer o lavar cada semana. 

El esfuerzo de nosotros como alumnos convertido en la burla de cada día.

¿De verdad podemos seguir confiando en unos gobernantes que desvalorizan el trabajo de los educadores? Corrijo. ¿Aún existen personas que confíen en un gobierno de tal calaña? 

Preguntarse qué será de nosotros como futuros educadores de la República, da temor y las imágenes de horror no cesan, pero quizás sea esa la carta debajo de manga de la cúspide roja: hacer que desistamos ante el libre pensamiento. 

Nadar contra esta marea es lo último que nos queda. No ser parte de su juego hasta que nuestra voluntad no se quebrante, hasta que el corazón deje de golpear contra nuestra caja torácica y hasta que la psique siga con ansias de ir más allá del mundo que nos dibujan.


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1 comentario:

  1. Y cada vez esta situación no tiene pinta de mejorar. Nos queda salvarnos en un poema o un beso... No dejes de escribir, Javier.

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