PSICÓPATA, por J. D. Galíndez 🔪


Familiarizado con la oscuridad llego a donde te encuentras, y noto que no estás solo. Estás con alguien más. Esa no es la única novedad: Hay algo en su mirada, un brillo, un enamoramiento y tú le correspondes. 

Mi mente se sacude y sólo quiero cerciorarme que estarás bien, que llegarás a salvo. Mi mente se vuelve a sacudir, y es que ¿cómo alguien que te ama te haría daño? Aunque de eso no se puede estar seguro siempre.

Empiezan a caminar y sigo tus pasos, sus pasos. 

Entre la oscuridad que brindan las esquinas, llego con ustedes a su destino. 

Te despides y tu beso no va dirigido a su mejilla, va dirigido a su boca y en un vuelco de emociones, mi corazón golpea contra mi pecho queriendo reclamar lo que daba por suyo.

«¡Detente!» ordena una voz en mi cabeza.

Haciendo caso omiso a lo que dictó mi cabeza, sigo los pasos de la nueva persona amada una vez que se marcha.

La noche y el silencio de la ciudad se hacen mis cómplices y, como si ella hubiera seguido mis órdenes, toma el callejón como atajo. Callejón del cual una vez dentro, nunca saldría.

Presa del horror intenta golpearme, pero falla. Solo bastó un golpe de gracia para verla ahogarse con su propia sangre mientras intentaba decir algo, pero lo único que logró fue escupir su líquido vital. 

Una vez terminada mi labor, vuelvo a la casa en la que una vez viví. Ahí te encuentras sentado, esperando una llamada que nunca llegará.

Llamo sólo para ver como te alegras al escuchar timbrar el celular.

«Aló» 

«Aló»

«¿Eres tú de nuevo?»

«¿Por qué mierda no hablas?»

«Te lo dije una vez, y te lo volveré a decir: Llamaré a la policía» 

Te enloqueces y empiezas a dar pasos por toda la casa. Buscando algo, buscándome. Cuelgo una vez que dejas de caminar y vuelves a tu sitio.

Llama. 

Llama a la policía.

Hay alguien que necesita de tu ayuda por muy tarde que sea.

Fotografía de José Luna.

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