Ven, felino.
Ven a mí y hazme doblegar,
soy esclavo de tus deseos.
Ven a mí,
ven a mi vida
como lo hace el sol poniente.
Hazme sucumbir
en el horror que escondes
entre tus ojos acaramelados entrecerrados.
Haz danzar tu eléctrica cola
entre mis piernas,
y una vez que las hayas cautivado y enamorado
hazlas caer desde la cima
sin piedad alguna.
Desgarra la piel endurecida de mi alma
con tus filosas garras.
Exponme al juicio público,
dejando mis pecados y virtudes
sin velo alguno.
Sé tú quien dicte mi sentencia,
pero también
sé tú quien blande la espada.
Ahora ronroneas
y me pierdo entre tan misteriosos sonidos.
¿Son palabras de amor o inquisidoras?
Esperanzado trato de descifrarlo
aún cuando la sentencia es segura.
Este es un Javier que no había leído. Nuevo, más grande, más intuitivo. Más felino.
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